Imágenes de Ida Tenerife, 2007/2008.
Su pintura tenue trata de expresar el paralelismo que percibe entre los procesos de disolución de los mecanismos de la representación (tradicionalmente encargada de rescatar lo universal, necesario y permanente de entre lo particular, contingente y transitorio) y los procesos de disolución de la propia realidad representada, que pierde su consistencia junto a la de nuestras certezas. Esta postpintura descree de sí misma, pero también del brillo hiperrealista de los simulacros. Su aroma nostálgico no apunta al glorioso pasado de las verdades esenciales sino a la inconsistencia de lo real, que elude nuestra capacidad de aprehensión; pero, por ello mismo, tampoco se muestra condescendiente con la prepotencia de lo actual, que aprovecha este vacío de sustancia para reivindicar el dudoso mérito de ‘estar ahí’. Las casas de muñecas de Moneiba Lemes se asemejan a los dioramas de Nestor Delgado en la misma medida que sus paseantes por parajes fríos recuerdan a los patinadores de Raúl Artiles, pero su trabajo es menos condescendiente con cualquier anécdota (a las que tan afecta es la cultura contemporánea) que facilite la legibilidad metafórica de su obra. Su pintura, más que ninguna otra, nos retiene en sí misma cuando pretendemos avanzar hacia su referente, nos demora, como la poesía, en el significante. Pero tampoco hace gala de un formalismo ensimismado y complacido, sencillamente trata de evocar, con apenas unos gramos de pintura pardusca, esa licuefacción intelectual que permite sortear el concepto que envuelve la cosa; sencillamente trata de conservar el recuerdo de esa sabiduría en extinción que se trasmitía a un interlocutor solitario y atento que no se enfrentaba a lo representado para conocer su tema sino para conocerse a sí mismo en el modo y el ritmo de (des)enfocar los asuntos”.
Ramón Salas. Tenerife, 2008